Las criptomonedas se han convertido en las nuevas estrellas del universo financiero. De acuerdo a un informe de la compañía Triple-A, el número de propietarios de estas requeridas monedas digitales alcanzará los 562.000 millones en 2024, lo que representa un incremento del 33% respecto a los 420.000 millones del año anterior.

Este notable crecimiento se explica por varios factores. Uno de ellos es la fortaleza de blockchain, una tecnología innovadora que ofrece a los usuarios transacciones seguras y descentralizadas.

Otra de las razones del desarrollo de las criptomonedas es que permiten obtener altos rendimientos en las inversiones. Asimismo, su creciente adopción en empresas y comercios ha consolidado a esta divisa digital como una alternativa eficiente y moderna a los sistemas financieros tradicionales.

Sin embargo, la contracara del rotundo éxito de las criptomonedas es su impacto en el medio ambiente, porque el proceso que las genera consume grandes cantidades de electricidad, la mayoría proveniente de fuentes no renovables como el carbón o el gas natural, lo que contribuye al aumento de la huella de carbono global.

Para entenderlo mejor: el proceso de generación de criptomonedas, conocido como "minería", requiere una enorme cantidad de energía debido a la necesidad de resolver complejos problemas matemáticos para validar las transacciones.

Los mineros utilizan potentes computadoras que operan las 24 horas del día, compitiendo entre sí para resolver estos problemas y ganar nuevas criptomonedas como recompensa. Este proceso, conocido como "prueba de trabajo" (PoW), consume una gran cantidad de electricidad.

Según un estudio de la Universidad de Cambridge, la red de bitcoin (una de las criptomonedas más populares) consume más electricidad anualmente que algunos países enteros, como por ejemplo Argentina o Países Bajos.

La principal consecuencia de la generación de criptomonedas es la emisión de grandes cantidades de dióxido de carbono (CO₂) y otros gases de efecto invernadero a la atmósfera, que contribuyen al cambio climático y la contaminación del aire.

El panorama es más grave de que muchos imaginan. Una investigación realizada por científicos de la ONU y publicada a fines de 2023 en la revista Earth’s Future, sostiene que la red mundial de minería de bitcoin consumió en el período 2020-2021 la cifra de 173,42 tera vatios, lo que provoca una huella de carbono equivalente a la de quemar 84.000 millones de libras de carbón o hacer funcionar 190 centrales eléctricas a gas natural.

Según el mismo informe, para compensar esa huella, sería necesario plantar 3.900 millones de árboles en todo el planeta.

Divisas ecológicas al rescate

Como respuesta a esta problemática ambiental, han surgido hace algunos años criptomonedas llamadas “verdes”, que buscan minimizar el impacto ecológico de las transacciones digitales.

¿Cómo lo logran? Utilizando algoritmos de consenso más eficientes en términos energéticos, como el Proof of Stake (PoS) en lugar del Proof of Work (PoW) que usa bitcoin y otras monedas virtuales.

El PoW requiere grandes computadoras que consumen mucha energía para validar las transacciones y crear nuevos bloques. El PoS, en cambio, permite la validación de transacciones en blockchain sin necesidad de máquinas potentes ni cálculos complejos, lo que genera un significativo ahorro de energía.

Ethereum, una de las criptomonedas más importantes del mercado, redujo notablemente el consumo de energía gracias a la actualización de su software que le permitió pasar de la PoW a la PoS.

Monedas digitales como Cardano, Polkadot, Tezos, Stellar o Algorand también ya utilizan el sistema PoS. Otras, como Chia, usan un mecanismo llamado Proor of Space and Time, que requiere mucha menos energía que el PoW.

Estas monedas digitales ecológicas ya están siendo adoptadas por diversas empresas y proyectos que buscan combinar la innovación tecnológica con la responsabilidad ambiental.

Sin embargo, la adopción masiva de criptomonedas verdes aún enfrenta muchos desafíos. Uno de ellos es la resistencia del mercado, donde el bitcoin y otras criptomonedas de alto consumo energético siguen dominando, respaldadas por una infraestructura y una base de usuarios que se muestran reacios al cambio.

Además, la falta de regulaciones específicas que promuevan el uso de alternativas ecológicas limita su expansión, dejando a los inversores sin incentivos claros para apostar por ellas.

A esto se suma la desconfianza de los inversores tradicionales, quienes, aunque cada vez más conscientes de la necesidad de prácticas sostenibles, dudan de la estabilidad y el rendimiento a largo plazo de estas nuevas divisas. Para que las criptomonedas verdes se consoliden como una alternativa viable, será necesario un esfuerzo coordinado entre desarrolladores, reguladores y la comunidad inversora, quienes deben trabajar juntos para construir un ecosistema cripto que equilibre innovación tecnológica con responsabilidad ambiental.

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